Mosqueteros...

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Nunca he viajado al exterior, por eso no me atrevería a emitir criterios de esas porciones geográficas que desconozco. Incluso dentro de mi país, he recorrido escasa provincias, siempre por cuestiones de trabajo, nunca por placer. Ese es el fundamento cardinal por el que solo escribo de mi Antilla, este diminuto pedazo de nación que cabe en mi beso, y que conozco bien. Es cierto que las riquezas materiales no abundan por estos lares, pero esta es tierra preñada de otros tesoros, esos que se guardan en el corazón. Somos la versión moderna de D'Artagnan y los mosqueteros del rey Luis XIII. Vamos siempre con el "Todos para uno y uno para todos".
 
En cierta ocasión soplaban esos devastadores vientos del sur, como acá los llaman, e irremediablemente afectaron una humilde vivienda cercana a la costa. Sus habitantes eran una pareja surcada por profundas arrugas, junto a sus nietos de 9 y 7 años. Los cuatros contemplaban con expresivo dolor las desoladoras ruinas de su frágil morada.
 
Los primeros en asistirlos fueron los vecinos: unos ofrecieron viviendas, otros reemplazaron artículos devorados por la furia del mar, una mesa improvisada sucumbía bajo el peso de los alimentos dispensados…. Y quienes adolecían de recursos materiales, convidaban al abrazo con frases alentadoras. Nunca supe el nombre de los afectados porque los llamaban “abuelo”, “tía”, “chamacos”…
 
A la mañana siguiente, casi como tocada por la varita de un mago colosal, se erigían más robustas las antiguas paredes. En su interior, muebles disparejos formados por piezas donadas, un piso acabadito de limpiar por la maestra de los niños, el inconfundible aroma del café recién colado por la doctora del consultorio, y a través de la ventana se observaban las relucientes sábanas que colgaban húmedas, casi listas para vestir los colchones nuevos que ya cargaba en sus hombros, el propio delegado.
 
Al alejarme del lugar, busqué con la mirada al “abuelo”, a la “tía” y a los “chamacos”, y tal parece que el mismo mago colosal había encantado sus rostros, con una perenne sonrisa.